La competencia emocional

Una competencia emocional es una capacidad adquirida basa­da en la inteligencia emocional que da lugar a un desempeño la­boral sobresaliente. Consideremos, por ejemplo, la sutileza mostrada por nuestra azafata, que demostró ser emocionalmente muy diestra para influir en los demás en la dirección deseada. Y en el núcleo de esta competencia se encuentran dos habilidades, la empatía (que supone la capacidad de interpretar los sentimien­tos ajenos) y las habilidades sociales (que nos permiten manejar diestramente esos sentimientos).

Nuestra inteligencia emocional determina la capacidad poten­cial de que dispondremos para aprender las habilidades prácticas basadas en uno de los siguientes cinco elementos compositivos: la conciencia de uno mismo, la motivación, el autocontrol, la em­patía y la capacidad de relación . Nuestra competencia emocional, por su parte, muestra hasta qué punto hemos sabido trasladar este potencial a nuestro mundo laboral. El buen servicio al cliente, por ejemplo, es una competencia emocional basada en la empatía y, del mismo modo, la confianza es una competencia basada en el autocontrol o en el hecho de saber controlar adecuadamente nuestros impulsos y nuestras emociones. Y tanto el servicio al cliente como la responsabilidad son competencias que pueden hacer que la gente sobresalga en su trabajo.

Pero el hecho de poseer una elevada inteligencia emocional no garantiza que la persona haya aprendido las competencias emocionales que más importan en el mundo laboral sino tan sólo que está dotada de un excelente potencial para desarrollarlas. Una persona, por ejemplo, puede ser muy empática y no haber aprendido todavía las habilidades basadas en la empatía que se traducen en un buen servicio al cliente, un pupilaje excelente o la capacidad de saber orquestar adecuadamente los esfuerzos de las personas que integran un equipo de trabajo. Una metáfora musi­cal apropiada al caso sería la de la persona con una voz perfecta y que también haya estudiado canto y se haya convertido en un excelente tenor. Por más dotes musicales innatas que pudiera te­ner esta persona, sin la formación adecuada jamás hubiera podi­do terminar convirtiéndose en un Pavarotti.

Las competencias emocionales se agrupan en conjuntos, cada uno de los cuales está basado en una capacidad subyacente de la in­teligencia emocional, capacidades que son vitales si las personas quieren aprender las competencias necesarias para tener éxito en su trabajo. Si carecen de habilidades sociales, por ejemplo, serán inca­paces de persuadir o inspirar a los demás, de dirigir equipos o de ca­talizar el cambio. En caso de que tengan poca conciencia de sí mismos, por ejemplo, no serán conscientes de sus propios puntos flacos y, en consecuencia, carecerán de la suficiente confianza que sólo puede derivarse de la seguridad en la propia fortaleza.

El cuadro 1 nos muestra la relación existente entre las cinco dimensiones de la inteligencia emocional y las veinticinco com­petencias emocionales. Nadie es perfecto en esta escala, todos te­nemos inevitablemente un perfil de puntos fuertes y de debilida­des. Pero, como luego veremos, los elementos necesarios para un desempeño ejemplar sólo requieren que seamos fuertes en un de­terminado número de ellas -unas seis, al menos, por término me­dio- y que se hallen dispersas en las cinco regiones de la inteli­gencia emocional. Dicho en otras palabras, son muchos los caminos que conducen a la excelencia.

Las capacidades de la inteligencia emocional son las siguientes:

 

• Independencia: Cada persona aporta una contribución única al desempeño de su trabajo

• Interdependencia: Cada individuo depende en cierta medida de los demás, con los que se halla unido

por interacciones muy poderosas

• Jerarquización: Las capacidades de la inteligencia emocional se refuerzan mutuamente. Por ejemplo, la

conciencia de uno mismo resulta esencial para el autocontrol y la empatía; el autocontrol y la

conciencia de uno mismo contribuyen a la motivación, y estas cuatro capacidades resultan esenciales,

a su vez, para desarrollar las habilidades sociales.

• Necesidad pero no suficiencia: Poseer una inteligencia emocional subyacente no garantiza que la gente

acabe desarro­llando o ejerciendo las competencias asociadas con ella, como, por ejemplo, la

colaboración y el liderazgo. Facto­res tales como el clima que se respira en una determinada empresa o

el interés de las personas por su trabajo también determinan si estas aptitudes acabarán

manifestándose.

• Genéricas: La lista general resulta, hasta cierto punto, aplicable a todos los trabajos, pero cada profesión

exige com­petencias diferentes.

 

La lista nos brinda, pues, un inventario de nuestras fortalezas y pone de relieve las competencias que debemos fomentar. En la segunda y tercera parte del libro ofreceremos una explicación más detallada de cada una de estas competencias concretas, mos­trando el resultado de su pleno desarrollo o, por el contrario, de su desarrollo insuficiente. Así. los lectores que quieran pasar di­rectamente a las competencias más relevantes para sus intereses pueden interrumpir la lectura secuencial del libro e ir directa­mente a los capítulos que los describen que, aunque se suceden uno al otro (al igual que lo están las correspondientes competen­cias), no necesitan leerse en ningún orden determinado.

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